Cuando las tropas se disponían a zarpar, cansadas ya de tan larga espera mientras se reunían todos sus efectivos, el viento, motor de las cóncavas naves, dejó de soplar de una manera repentina. Al principio, Agamenón pensó que se trataba tan solo de un suceso circunstancial , pero las semanas fueron pasando lentamente y el viento no aparecía. Los caudillos empezaron a ponerse nerviosos y solicitaron a Agamenón que pusiera un tiempo límite a esa espera, pues al fin y al cabo, tanta espera no era normal y podía ser que la causa de todos estos retrasos fuera que los Dioses estaban a favor de Troya , y no era cosa para nada deseable enfrentarse con los habitantes del Olimpo.
Así, el rey , temiendo que la explicación dada por sus caudillos fuese cierta, consultó a su mejor adivino, Calcante, sobre cual podía ser el motivo de que el viento hubiera cesado de tal manera. No le gustó la respuesta de Calcante: en efecto, los Dioses estaban irritados con Agamenón, pero no por luchar contra los Troyanos, sino porqué en una cacería durante su estancia en Áulide mató a una cierva que era propiedad de los Dioses y para colmo, se regodeó de ello. Si quería ser perdonado por tal afrenta solo había un medio, hacer un sacrificio, pero un sacrificio especial: debía ofrecer a los Dioses a su hija Ifigenia.
La primera reacción de Agamenón fue licenciar la tropa y salvar a su hija, ya que no estaba dispuesto a llegar hasta este extremo para satisfacer sus ansias de poder. Sin embargo, su hermano Menelao, aludió a razones de responsabilidad y honor para hacerle cambiar de opinión y permitir que tal sacrificio se realizase. ¿ Qué pensarían de ellos los caudillos de Grecia si después de tantos años y tantos esfuerzos, ahora que por fin se disponían a saquear Troya y repartirse el botín, el promotor del ejército, Agamenón, decidía acabar con la expedición por un motivo personal?.
Ciertamente estaba metido en un aprieto, por lo que cambiando la opinión, prefirió sacrificar a su hija y ganarse el odio de su mujer que granjearse las iras de los otros reyes.
Para traer a Ifigenia de Micenas hasta el Áulide sin levantar sospechas contaron con la astucia de Ulises, que se presentó en el palacio de Agamenón reclamando, ante su madre, a Ifigenia, para casarla con, ni más ni menos, Aquiles, que nada sabía de esta argucia. Para Clitemnestra, la madre de Ifigenia, una boda con Aquiles era algo que ni siquiera habría alcanzado a soñar, por lo que no puso ningún inconveniente en que esta se celebrara. Sin embargo, no veía porqué tenían que casarse con tal premura, lejos de Argos y con una guerra en ciernes. Ulises, que tenía una respuesta para todo, le recordó la soberbia de Aquiles. Éste había impuesto a Agamenón una sola condición para alistarse: casarse con una hija suya y así tener derechos sobre el trono de Micenas. Agamenón había accedido, pero la tropa estaba ansiosa por embarcarse y la boda debía celebrarse con premura.
Clitemnestra no puso más reparos y Ulises marchó camino de Áulide con su preciosa carga.
Agamenón preparó una gran hecatombe, que es como ellos llamaban a los sacrificios, invitando a ella a los principales caudillos de su ejército. Empezaron los sacrificios y cuando de repente presentaron ante el altar a Ifigenia empezaron a preguntarse qué demonios estaba pasando. No había tiempo de reacción para disuadir a Agamenón del horrible crimen y, para pasmo de todos, la doncella fue sacrificada de un certero hachazo y ante la mirada impertérrita de su padre.
Súbitamente, el cielo se oscureció, las ramas de los árboles se movían con violencia, en fin, el viento, con más furia que nunca, había regresado. Todos se olvidaron de Ifigenia y se aprestaron a dirigir sus respectivas tropas hacia las naves. Había llegado el momento de zarpar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario