sábado, 28 de enero de 2012

La guerra de Troya: Aquiles.

Si recordáis la fantástica aventura de los Argonautas, veréis que uno de los tripulantes era el padre de Aquiles, que gozó de una larga vida, casi hasta el final de la guerra de Troya, cuando ya pocos de los Argonautas seguían sobre la faz de la tierra. Bien, aparte de participar en la mítica expedición de Jasón, dos hechos fundamentales marcaron su vida y, sobretodo, forjaron al héroe más importante de cuantos combatieron en la llanura Troyana: trabó una gran amistad con el centauro Quirón, del que ya hemos hablado anteriormente. Este centauro era uno de los pocos que no sentían hostilidad hacia los hombres, y el más sabio de todos ellos. Peleo puso a su hijo Aquiles en manos (o pezuñas) de Quirón, es decir, el mejor maestro posible, tanto en conocimientos como en el manejo de armas.
La segunda hazaña de Peleo fue casarse con Tetis, una nereida. Se decía que las nereidas eran seres divinos con capacidad de cambiar de forma a su antojo. Peleo, aconsejado por Quirón, sorprendió a la Nereida y la agarró tan fuerte que por más que esta cambiara de forma intentando asustar al rey, éste no la soltó en ningún momento, hasta que finalmente Tetis se dio por vencida y aceptó casarse con Peleo por tal de verse libre de nuevo.
Aquiles, por tanto, tenía ventaja sobre sus rivales, era un semidiós, el último que verían los hombres, pero además había sido preparado para luchar por un centauro. A Agamenón no se le escapaba el valor que tendría el muchacho en su ejército, por lo que recurrió a su nuevo fichaje estrella para enrolarlo en sus filas, el astuto Ulises.
Tetis, al tener conocimiento de la formación de un gran ejército griego, supuso que intentarían reclutar a su hijo. Como diosa que era sabía que si Aquiles participaba en esta guerra, de seguro moriría, en cambio, si la evitaba, su vida sería larga y fructífera. Por ello lo envió a una recóndita isla griega llamada Esciros, cuyo rey, amigo de Tetis, vistió al joven con ropa de mujer y lo introdujo en el palacio que había construido para su hija, en el que todas eran mujeres.
Mientras, el tiempo iba pasando, Ulises, una vez reclutado por Agamenón, cumplió con su deber y se dirigió a Tesalia, patria de Aquiles, en un largo viaje marino que suponía recorrer de cabo a rabo la costa griega. Imaginaos su decepción al descubrir que Aquiles se encontraba en paradero desconocido y no encontrar a nadie dispuesto a ayudar a encontrarle.
Gracias a su facilidad para embaucar a la gente pudo ganarse la confianza de unos marineros Tesalios que aseguraban que Aquiles se había embarcado años atrás hacia Esciros, y no lo habían vuelto a ver más desde entonces.
Ulises y sus hombres se dirigieron, pues, hacia Esciros. Sabían que el rey de esa isla era amigo de Tetis y que ninguna ayuda suya iban a obtener, por tanto habría que pensar en alguna cosa que sorprendiera a aquellos que escondían a Aquiles: si no daban con él en un breve espacio de tiempo la guerra empezaría sin dos caudillos excepcionales y eso era algo que Agamenón jamás le perdonaría.
Una vez en la isla cuidaron de no delatar su verdadero objetivo y se hicieron pasar por mercaderes, lo que les permitió recorrer con facilidad las villas y ciudades de aquella pequeña isla, pero la búsqueda resultó de nuevo infructuosa. El único lugar que faltaba por explorar era el palacio, que, aparte del rey, estaba habitado únicamente por sus hijas y doncellas, por tanto, según decían sus hombres, no valía la pena dirigirse allí, y más pensando que podían correr el riesgo de ser descubiertos por la guardia que custodiaba el recinto.
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Su astucia volvía a ponerse en marcha: disfrazado de mercader y cargado de hermosas joyas y prendas femeninas, se plantó él solo ante las puertas del palacio, y como si de un experto comerciante se tratase atrajo a todas las muchachas hasta las puertas del recinto, las cuales se acercaron hasta él para examinar la mercancía, repartida a lo lago de la muralla del palacio, como si de un mercadillo se tratase. Entre las joyas dejó un escudo y una lanza, en los que ninguna mujer reparaba, menos una, que pasó de largo ante los adornos y fue a detenerse justo enfrente, agarrando la lanza como por acto instintivo.
Entonces Ulises se arrancó el disfraz que disimulaba su rostro y , para sorpresa de todos, saltó, con un ágil movimiento, sobre Aquiles, que esquivó la envestida con una velocidad sorprendente y tuvo incluso la pericia necesaria como para reducir a Ulises, que , yaciente en el suelo, no se resistió, sino que más bien lucía una sonrisa burlona, triunfante, cara a cara ante Aquiles, el gran héroe, que vestido como una mujer, ahora mostraba su bello rostro, pues en la refriega su velo había caído.
Aquiles, una vez descubierto, no quiso resistirse más y consintió en acompañar a Ulises y zarpar de nuevo hacia Tesalia, donde se reuniría con su compañero Patroclo y sus hombre, los Mirmidones, y , juntos, pondrían rumbo hacia el punto donde se estaba reuniendo el gran ejército Griego: el puerto de Áulide.
Tal vez os podrá extrañar el hecho de que Aquiles tuviera intención de rehusar participar en la guerra, pero debéis comprender que , al ser un semidios, se consideraba tan por encima del resto de los caudillos griegos, que no podía soportar la idea de ser comandado por otro y mucho menos por Agamenón, al que, por lo que parece, le tenía una especial manía. Sin embargo, cuando decidió unirse a Ulises y juntarse con las tropas griegas, no dudó más y lo hizo a sabiendas de que moriría en Troya, pues su madre ya se lo había advertido.
Así, en la marina Áulide, pequeña ciudad portuaria situada a unos veinte kilómetros de Tebas, llegaron a congregarse, según Homero, 1196 naves. Cuando Aquiles arribó con sus cincuentas naves pudo ver las tropas de el gran rey Agamenón, de Menelao, del violento Diómedes, del fornido Ayax, del legendario Néstor, compañero de batallas junto a su propio padre, de Ulises…en fin, él era él último. Ahora el ejército estaba al completo.
La espera había sido muy larga, de varios años, pero , desgraciadamente para ellos, todavía iba a pasar un tiempo antes de que pudieran zarpar.

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