En la segunda década del siglo pasado un historiador del arte alemán llamado Oskar Hagen encontró en una vieja biblioteca privada un voluminoso fajo de partituras que llamaron su atención: se trataba de una serie de obras de cuyos títulos jamás había oído hablar aunque el nombre del compositor que aparecía al pié de las viejas páginas no le era en absoluto desconocido: Georg Friedich Handel.
Handel era conocido por su famoso Mesías y algunos oratorios más no tan populares así como por la Música Acuática que compusiera para el rey Jorge I, pero que él supiera, esas obras tituladas con nombres de héroes mitológicos no figuraban en ninguna otra parte, aparte de esas partituras que sostenía en sus manos.
Alentado por tal hallazgo, mostró las partituras a expertos en este tipo de música que, en efecto, corroboraron la autenticidad de las partituras , identificándolas como las ópera olvidadas de Handel, de tal manera que en 1924, se estrenaba en la ciudad de Gottingen la ópera Rodelinda.
A partir de aquí se sucedieron con rapidez los estrenos de todas sus óperas, 43 en total. Más de 150 horas de obras maestras salvadas del olvido tras casi 200 años de la muerte de su compositor, el sábado santo de 1759.
La suerte de las óperas, olvidadas pronto por un público que prefería el nuevo estilo que imperaba en Europa, tuvo un final feliz y dos siglos después demostró que lo clásico nunca pasa de moda.
Ojalá hubieran corrido la misma suerte las tragedias perdidas de Sófocles, Esquilo y Eurípides; las maravilloas esculturas de Fidias , la Pequeña Iliada, la biblioteca de Alejandría y su tesoro del saber antiguo... en fin, este es un homenaje a todos los "Oskar Hagen" de nuestra historia que , bien desde un scriptorium de una abadía medieval, desde una excavación en el desierto Egipto, o por puro azar, han contribuido a salvar los últimos resquicios de un pasado glorioso.
domingo, 25 de septiembre de 2011
JOHN STEINBECK
Querido Pat:
Viniste a verme mientras tallabas una figurilla en madera, y me dijiste: -¿ Por qué no me haces algo?-
Te pregunté qué querías y respondiste: -Una caja-.
-¿Para qué?-
-Para poner cosas en ella-.
-¿Que cosas?-
-Todo lo que tengas-, dijiste.
Bien, aquí tienes la caja que querías. He puesto en ella casi todo lo que yo tenía, y todavía no está llena. Hay en ella dolor y excitación, sentimientos buenos y malos, y malos pensamientos y buenos pensamientos..., el placer del constructor, algo de desesperación y el gozo indescriptible de la creación.
Y todavía la caja no está colmada.
JOHN STEINBECK
El prólogo-dedicatoria que el señor Steinbeck escribió para su más famosa novela, Al Este del Edén, me ha parecido que contiene una idea maravillosa, la caja, en su caso el libro, pero esta caja metafórica puede ser de muchas formas y texturas: lo importante es lo que contiene.
Con toda la modestia posible, hoy empiezo a llenar la mía, y si quizás jamás consiga acabar tal empresa, espero que, al menos, encuentren en su interior alguna cosa de su agrado.
Viniste a verme mientras tallabas una figurilla en madera, y me dijiste: -¿ Por qué no me haces algo?-
Te pregunté qué querías y respondiste: -Una caja-
-¿Para qué?-
-Para poner cosas en ella-.
-¿Que cosas?-
-Todo lo que tengas-
Bien, aquí tienes la caja que querías. He puesto en ella casi todo lo que yo tenía, y todavía no está llena. Hay en ella dolor y excitación, sentimientos buenos y malos, y malos pensamientos y buenos pensamientos..., el placer del constructor, algo de desesperación y el gozo indescriptible de la creación.
Y todavía la caja no está colmada.
JOHN STEINBECK
El prólogo-dedicatoria que el señor Steinbeck escribió para su más famosa novela, Al Este del Edén, me ha parecido que contiene una idea maravillosa, la caja, en su caso el libro, pero esta caja metafórica puede ser de muchas formas y texturas: lo importante es lo que contiene.
Con toda la modestia posible, hoy empiezo a llenar la mía, y si quizás jamás consiga acabar tal empresa, espero que, al menos, encuentren en su interior alguna cosa de su agrado.
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